El estrés influye en nuestra manera de comer de tres formas: nos incita a hacerlo constantemente o, por el contrario, nos reduce el apetito o definitivamente lo hace a un lado. Lo mejor es no dejarnos dominar por ninguno de ellos, mantener el control y alimentarnos sanamente, como a continuación sugerimos.
Cuando el organismo se somete a esfuerzo intenso y tensión, se ponen en marcha una serie de mecanismos metabólicos que modifican el comportamiento para adaptarse a esa situación de estrés. Lamentablemente no siempre los cambios son lo más recomendable para afrontar el momento y, por el contrario, pueden afectar la salud, tal como sucede con la conducta alimenticia, la cual puede sufrir tres tipos de trastornos:
Hiperfagia (comer más de lo habitual para reducir la ansiedad).
Hipofagia (comer menos).
Anorexia (falta de apetito y distorsión de la imagen que se tiene de uno mismo).
Cualquiera de estos descuidos alimenticios trae como consecuencia principal la baja de nutrientes (comer mucho no siempre es alimentarse), lo que a su vez acarrea disminución en la capacidad inmunológica, es decir, nuestro cuerpo es más propenso a padecer enfermedades infecciosas. Pero no sólo eso, ya que también se reduce la capacidad de reparación de tejidos, se pierden minerales y se altera el equilibrio del colesterol bueno (HDL), el cual se reduce, mientras que el malo (LDL) tiende a incrementarse.
Cuando el organismo se somete a esfuerzo intenso y tensión, se ponen en marcha una serie de mecanismos metabólicos que modifican el comportamiento para adaptarse a esa situación de estrés. Lamentablemente no siempre los cambios son lo más recomendable para afrontar el momento y, por el contrario, pueden afectar la salud, tal como sucede con la conducta alimenticia, la cual puede sufrir tres tipos de trastornos:
Hiperfagia (comer más de lo habitual para reducir la ansiedad).
Hipofagia (comer menos).
Anorexia (falta de apetito y distorsión de la imagen que se tiene de uno mismo).
Cualquiera de estos descuidos alimenticios trae como consecuencia principal la baja de nutrientes (comer mucho no siempre es alimentarse), lo que a su vez acarrea disminución en la capacidad inmunológica, es decir, nuestro cuerpo es más propenso a padecer enfermedades infecciosas. Pero no sólo eso, ya que también se reduce la capacidad de reparación de tejidos, se pierden minerales y se altera el equilibrio del colesterol bueno (HDL), el cual se reduce, mientras que el malo (LDL) tiende a incrementarse.
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